Se habla mucho acerca de “smart cities” y como representan nuestro futuro. Este término ha impregnado nuestra planificación urbanística, las políticas de los gobiernos y creado espacios para la tecnología emergente. Ha habido muchas ciudades que han sido pioneras en la aplicación de este área (Viena, Amsterdam, Hangzhou, etc.), creándose una estrecha analogía entre “smart city” y “ciudad del futuro”.
Hablamos sobre ciudades inteligentes y rápidamente pensamos en Iluminación led, vehículos eléctricos y autónomos, IOT (internet de las cosas), jardines verticales, drones, Inteligencia artificial, etc., incluso pensamos más allá y nos viene a la cabeza tecnologías que no están todavía operativas en el día de hoy como el Hyperloop (transporte supersónico para personas). Se puede decir que estamos viviendo ya en el futuro que siempre habíamos imaginado.
Nuestras ciudades se han ido haciendo más y más inteligentes a partir de un cambio de mentalidad en los agentes participantes. Ha sido un camino largo desarrollando órganos de gobierno más complejos y eficaces, infraestructura pública (sanitaria, seguridad, médica, servicios de emergencia…), administración de recursos (energía, agua, climatización…), arquitectura sostenible, y un largo etcétera. Esta trayectoria va poco a poco llevándonos al verdadero concepto de “ciudad inteligente” y seguiremos acercándonos mientras que sigamos adoptando nuevas y mejores tecnologías.
Pero es importante recordar que el diseño de una ciudad inteligente no es solamente la implementación de tecnología. Una ciudad en sí, es más que simple tecnología. La ciudad está hecha de un vasto complejo de elementos, e.g.: Suministro (energía, agua, calefacción, internet), administración de recursos y de tareas, seguridad con sus respectivos cuerpos de gestión, creación de infraestructura y nuevos espacios públicos, organización de nuevas casas habitables, creación, modificación de nuevas políticas, comunicación entre entes, etc.
Es la tecnología la que nos permite crear procesos más eficientes para estos aspectos citados de la planificación en la ciudad. Lo que necesitamos es diseñar infraestructura urbana que aumente conforme la ciudad aumente. Ahora no se trata solo de construir una ciudad más inteligente, sino de una ciudad mejor para la población. Después de todo, ¿Cuál es el objetivo último de estas implementaciones? Sin duda los habitantes y también los visitantes, es decir, las personas.
Pero previamente a algún cambio ya sea en la estructura como los procesos, es necesario identificar el objetivo. ¿Qué es lo que determina el éxito de una ciudad? Es la felicidad de los ciudadanos? ¿Es el crecimiento económico basado en el PIB? Pasemos a centrarnos en la felicidad por ahora: Según varios estudios la felicidad viene dada por 6 características principales: PIB per cápita, apoyo social, esperanza de vida, libertad, sentimiento de comunidad y percepción de corrupción.
El Instituto de Columbia (USA), ayudó en la creación de un informe en donde se llegó a la conclusión de que la salud mental de la población es el factor más importante en contribuir a la felicidad. Y la salud mental está compuesta de los siguientes factores: Empleabilidad, autoestima, confianza y seguridad, hábitos de vida, percepción de igualdad e inclusión social.
Por lo tanto no solo es la economía, sino que hay muchos factores que se deben tener en cuenta. La infraestructura pública, las políticas y la tecnología, todas están ahí para servir a la gente que vive en la ciudad inteligente, para hacer que aumente su calidad de vida, y definitivamente para que todos se sientan más felices.
Cuidado porque aquí viene un gran dilema: ¿El desarrollo como se ha venido entendiendo en el pasado es compatible con la sostenibilidad en el planeta? Todos sabemos que a día de hoy una de las mayores preocupaciones en la población es la conservación del planeta y la preservación de la naturaleza. Sin embargo teniendo en cuenta esta última variable de la ecuación, a día de hoy nos hemos dado cuenta (por fin) de que el ritmo que llevamos no es sostenible con la preservación del planeta. Por poner dos ejemplos significativos: Si todos los habitantes del mundo tuvieran el mismo estilo de vida y consumo que USA, harían falta 4.8 planetas tierra para que fuera viable. Incluso un país como Suiza, caracterizado por un estilo de vida muy sano y en harmonía con la naturaleza, necesitaría 3.3 tierras para que fuera plausible.
A partir de aquí nació un concepto llamado “Energía colaborativa”, en la que se permiten compartir infraestructuras y equipos entre la población reduciendo de manera significativa la huella de carbono de cada uno de nosotros y además aumentar la sensación de vivir en comunidad de los participantes. Grandes ejemplos son las plataformas Airbnb, Mobike (bicicletas), plataformas de compartir vehículos y muchas más. Atrás quedó la imagen que quiso vender Ford al mundo de que toda persona debía tener su propio vehículo.
Pero conforme nos adentramos en la economía colaborativa, ¿No es necesario generar niveles mayores de confianza y colaboración con el resto de la comunidad? ¿Y tener unos niveles mínimos de servicios e igualdad por parte de los gobiernos?
Existe un triángulo muy importante en la ecuación: Los gobiernos, la población y la tecnología. Los tres deben ser partícipes del cambio, y todos deben aportar sus fuerzas para contribuir en la creación de ciudades inteligentes: Ciudades del futuro donde sea posible el uso de menos recursos para obtener más, ciudades donde la administración sea más eficiente y los procesos sean más rápidos. Ciudades donde la gente sea más feliz y todo el mundo pueda desarrollar sus habilidades y dar lo mejor de sí mismo.